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La fascinante historia detrás de los frascos de perfume más conocidos

Hay fragancias únicas no solo por su aroma, que forma parte de nuestra historia personal, sino por sus frascos inigualables llenos de historia. 

Desde la antigüedad los egipcios atribuían a los perfumes un uso tanto religioso como cosmético y para conservarlos creaban frascos delicados y llenos de belleza tallados en mármol o moldeados en loza. El tiempo evoluciona, pero la tradición pervive y por ello los diseñadores de contemporáneo han dado forma a botellas únicas que llevan una historia que contar. 

Opium, de YSL

En 1977, Yves Saint Laurent creó su obra maestra olfativa, el mismo año en que fue coronado como «rey de la moda» por la revista Time. Su deseo era trasladar al público su visión de un intrépido explorador que recorría los lugares más recónditos del mundo, que almorzaba en lujosos palacios, adiestraba caballos kirguís y danzaba con los espectaculares derviches del Cuerno de Oro. Una visión que dio origen a una fragancia bautizada con el nombre de Opium, símbolo de una adicción al amor y a una vida repleta de aventuras en los parajes más exóticos. Creada por los perfumistas Jean Amic y Jean-Louis Sieuzac, la fragancia permitió dar una nueva vuelta de tuerca a los perfumes orientales y al año de su lanzamiento era ya un auténtico fenómeno. Prohibida en Australia y Oriente Medio por atreverse a llevar el nombre de una droga, la fragancia fue concebida en homenaje a Oriente. 

Su frasco se inspira en el inrō japonés, una pequeña cajita que se cuelga del cinturón del kimono de los samuráis y en las que cargaban especias, hierbas medicinales y, a veces, opio. El original deja a un lado los códigos establecidos y luce un acabado lacado opaco, con un corte sobrio que permite apreciar, a través del vidrio, una breve visión de la esencia que oculta en su interior. Como toque final, la pasamanería de seda negra —adornada con una perla— se ha confeccionado a mano para aportar una dosis extra de glamour que evoca el mundo de la alta costura que tanto adoraba el propio Saint Laurent. Y aunque en la actualidad su diseño ha sido actualizado, sigue manteniendo el tapón original como referencia al lujo tan característico del modisto.

Shalimar, de Guerlain

Durante los años 20, París era una ciudad cosmopolita donde reinaba la fiesta y Shalimar, cuyo nombre significa templo del amor en sánscrito, refleja la quintaesencia de esa época. El primer perfume oriental de la historia fue un tributo a la historia de amor entre el emperador Shah Jahan y su esposa Mumtaz Mahal quien falleció prematuramente. Los jardines de Shalimar fueron el refugio de su pasión y de ellos toma su nombre el perfume.

La fascinación de Jacques Guerlain por esta leyenda le llevó a hacer varios intentos hasta dar con el acorde perfecto. Creado en 1921, este innovador perfume, con vainilla afrodisiaca permaneció en secreto durante cuatro años a fin de crear expectación y representar a la Casa Guerlain en la esperadísima Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industria Moderna de 1925.

El frasco representa un estanque que puede admirarse en los jardines de Shalimar. Fue producido por Baccarat con la intención de crear un objeto eterno, completamente ajeno a los dictados de la moda. Por primera vez, una fragancia se adornaba con un tapón colorido, de un tono azul oscuro que evocaba las noches estrelladas de la India.

Angel, de Thierry Mugler

En 1992, el visionario diseñador lanzó su fragancia Angel, basada en los olores de la infancia del Mugler, como el algodón de azúcar y el chocolate. El resultado está perservado en una botella que representa una estrella de cinco puntas, estiradas y asimétricas, que requirió de dos años de trabajo. El éxito de este frasco le pertenece a la casa cristalera Verreries Brosse, que consiguió dar con una técnica artesanal revolucionaria que dio como resultado una estrella tallada como un diamante. Además, cuenta con versiones recargables.

J’adore, de Dior

El frasco, ideado por el diseñador de joyas Hervé van der Straeten, se inspira en los inicios de la firma y resalta el metal precioso con su forma de ánfora, que ya existía en los códigos de la maison y que con su cintura marcada y su cuello largo, era una clara referencia al estilo New Look. La elegancia, el porte majestuoso y la silueta estilizada de la mujer Dior se transfiguran en J’adore, un frasco de curvas sensuales, que hace eco al imaginario de John Galliano, en cuya mente mujer y frasco se fusionan: “Cuanto más pienso, más veo un frasco con forma de cuerpo femenino, a través de la mirada de un artista abstracto, o como una escultura morisca. Me parece lo más atractivo”, dijo el diseñador.

Emulando  un vestido de  alta  costura,  el  frasco-ánfora celebra la inspiración de los collares masai y padaung utilizados por John Galliano en colecciones  emblemáticas  que  evocan  a  Kenia  y Birmania. El cuello del frasco,  de  líneas  curvas, está realzado por un collar de juncos dorados, rematado por una bola de cristal. En el diseño, la influencia étnica se conjuga con la perfecta elegancia francesa,  encarnada por el estilo de la madre del diseñador, Madeleine Dior, quien solía  llevar  cuellos  muy altos característicos de la Belle Époque. Desde su creación, la firma ha lanzado varias ediciones limitadas en colaboración con Baccarat o el escultor galo Jean-Michel Othoniel. En 2020 nació una nueva versión, J’adre Infinissime (en la imagen bajo estas líneas), en la que el collar de oro que envuelve el cuello se libera reinventándose.

Nº 5, de Chanel

Junto al legendario perfumista Ernest Beaux, Coco Chanel dio vida a uno de los perfumes más famosos de todos los tiempos. El Nº5 es una composición vanguardista con una particular combinación de ingredientes naturales con moléculas sintéticas llamadas aldehídos (algo muy novedoso en su momento), que exaltan las notas de rosa de mayo, jazmín y un sutil toque de vainilla de la fragancia. 

El perfume está resguardado por un frasco sobrio y minimalista ideado en 1921 por Jean Helleu, que deja todo el protagonismo al líquido del interior. En su pequeña etiqueta rectangular solo se ve el nombre del perfume. Se dice que, para crear el frasco, el diseñador se inspiró en los frascos que Boy Capel (gran amor de Coco) guardaba en su neceser. El tapón tallado en forma de diamante inspirado en la Place Vendôme donde se encuentra el Hotel Ritz, vivienda habitual de Grabielle. La primera versión de la botella estaba hecha de cristal fino y  tres años después se rediseñó con bordes biselados para reforzar sus ángulos.En 1959 entró en el Museo Metropolitano de Nueva York y en los años 60 Andy Warhol lo utilizó como protagonista en varias de sus serigrafías en la década de los 80. 

L’Air du Temps, de Nina Ricci

Creado en 1948, en un París en pleno júbilo, este perfume floral especiado capta la alegría del momento. Ideado por Robert Ricci y plasmado por el vidriero francés Marc Lalique el frasco lleva un tapón que representa a dos palomas besándose, es un homenaje al amor y un símbolo de paz. Fue galardonado como Mejor Frasco de Perfume del Siglo por el Gran Prix International du Flacon de Parfum en 1999. Desde su creación, el diseño que alberga este perfume floral ha sido reinventado sin cesar por diversos artistas, como Andy Warhol, Philippe Starck o  Antoinette Poisson, que repite este año tras el éxito de la versión de 2021.

Classique, de Jean Paul Gaultier

El iconoclasta diseñador eligió la sensualidad del torso femenino para lanzar al mercado Classique en 1993, una fragancia de la que se han vendido decenas de millones de botellas. Su distintivo  frasco, que reproduce el cuerpo encorsetado de una mujer, es un homenaje a la abuela materna de Jean Paul Gaultier a través de un elemento como seductor y sensual corpiño, parte fundamental de la identidad del modisto. Creado por el perfumista de Grasse Jacques Cavallier, cuando se lanzó Classique la botella estaba adornada con un corsé de cobre, y a ésta siguieron otras formas originales de decoración que cada año adquieren forma de nuevas series limitadas. El frasco se presenta protegido en una lata de metal, una alusión a los primeros días del diseñador en los que creó pulseras con latas. También hay una versión masculina del perfume con un frasco que muestra un torso masculino de inspiración marinera.

Eau de Rochas, de Rochas

Su silueta indica en nuestro inconsciente el regreso de los días soleados. Tan icónico como el perfume, el frasco de Eau de Rochas, creado por Serge Mansau, es como si estuviera tallado en una roca.  Una proeza del diseñador que logró representar juntos el agua y la piedra al reflejar la inspiración de Hélène Rochas en el frasco. También su estuche es reconocible: azul como el cielo y el revitalizante mar de nuestros paréntesis estivales. Y aunque es el único elemento que se ha modificado en su medio siglo de vida, los códigos siguen ahí: el frescor de los tonos azulados y la energía del agua. 

Eau du Soir, de Sisley

Isabelle d´Ornano, vicepresidenta de Sisley, quería un perfume personal que le recordara a los jardines que formaron parte del escenario de su infancia en Andalucía. Quería un perfume que le recordara a su juventud, de ahí la inspiración en la puesta de sol en el alcázar, donde la celina y la dama de noche exhalan su aroma. Aunque el principio fue hecho a medida por Givaudan e iba a ser una creación exclusiva, en 1990, dado el éxito que tenía cada vez que se lo ponía, decidieron sacarlo a la venta. De ahí que Hubert d’Ornano sentenciara: «De una mujer podemos olvidar su nombre, sus rasgos, su historia… pero si nos acordamos de su perfume, es que llevaba Eau du Soir. Tanto su packaging con elementos barrocos, como la publicidad, se inspiran en el dúplex de Isabelle en París.  

En 1998 Isabelle d´Ornano encargó al artista polaco Bronislaw Kryzstoff el reto de crear un tapón para el frasco que simbolizara su historia. El resultado fue una estrella con forma de mujer representando el amor eterno. Desde 2001 se edita un Eau du Soir vestido de colores diferentes, en series limitadas para las fiestas de Navidad y cada año Isabelle d’Ornano se inspira o encarga a un artista revestir este perfume.

L’Eau d’Issey, de Issey Miyake

En 1992, en un mercado dominado por la opulencia y el lujo ostentoso, Issey Miyake imaginó la fragancia de la pureza basada en el aroma del agua en la piel de la mujer y creó L’Eau d’Issey. Compuesta por el perfumista Jacques Cavallier, la fragancia cuenta una historia sobre la frescura, tanto acuática como vegetal, gracias al loto combinado con Fresia. Su corazón floral termina en un final de madera. Al igual que el perfume, el frasco encierra poesía. El diseñador la encontró contemplando la luna brillante sobre la Torre Eiffel. Con esta imagen, nació la idea de una perla cristalina en el tapón que corona un frasco que trasciende el tiempo y la moda, sin artificios, ni ornamentos superfluos. Para diseñarlo confió en Alain de Mourgues y Fabien Baron, que crearon la escultura y arquitectura de L’Eau d’Issey: algo redondo, cónico, una silueta esbelta como una línea vertical. ¿El resultado? El refinamiento extremo del nuevo lujo.

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